Nick
Rossi, cirujano cardiotorácico, profesor
titular de Cirugía y profundo amigo de la Argentina, murió el 5
de noviembre último en Iowa City (IA, EE.UU.), en cuyo hospital
universitario había trabajado la mayor parte de su vida. A lo largo de
sucesivas visitas a nuestro país, a partir de los comienzos de la
década de 1980, no solo sembró sus firmes conocimientos
clínico/quirúrgicos, sino que demostró la profunda
modestia de su espíritu científico discutiendo de igual a igual y
adoptando conductas en común con quienes estábamos muy por debajo
de su altura académica. Es que, así como fue un ávido
lector en materia de conocimientos generales, tuvo la singular sencillez –como
verdadero hombre culto– de estar dispuesto a aprender siempre más.
Inició
su formación quirúrgica en los albores de la cirugía
cardíaca, cuando la circulación extracorpórea se iniciaba
en su país. Pero, paralelamente, hizo una muy importante experiencia en
cirugía de la tuberculosis y en la torácica general tanto en el
hospital tisiológico de Oakdale como en el de
Veteranos anexo al Iowa University Hospital and Clinics, centro principal de su labor técnica y
docente. La naturalidad con que discutía los casos y la sencilla
tranquilidad con que operaba eran el testimonio cotidiano de su conocimiento.
Apenas
conoció nuestro país adquirió un especial afecto por estas
tierras que, seguramente, habrían de evocarle su ancestral
carácter italiano. Con esa proverbial modestia, intercambió
conceptos y abordó temas nuevos tanto con clínicos como con
cirujanos. Además de la disciplina oncológica, su interés
por las técnicas funcionalmente menos agresivas en materia
torácica fue especial aliento para quienes las intentábamos
desarrollar entre nosotros.
Pero
más allá, Nick Rossi fue un humanista.
Profundo estudioso de casi todo, melómano, particularmente conocedor de
la ópera, distinguido pensador sobre los verdaderos problemas de nuestra
cultura, no quedó conforme con una actitud meramente pasiva. En ese
orden, y en apoyo de su esposa Helen, estuvo siempre junto a los más
necesitados de manera ejemplarmente orgánica en el ámbito de la
salud. Pero, además, y de acuerdo con su Fe heredada –a la que
cultivó con fineza intelectual y hondo sentido de la verdad–
fundó el Newman Catholic Center para los
estudiantes de la Universidad de Iowa, donde se esforzó hasta sus
últimos días.
Cuando
supo de su final enfermedad, que felizmente duró muy poco, se
despidió de sus amigos con un breve mensaje: “Gracias por todo”.
Expresión de un hombre fuera de lo común.