Don
Zavala, “abuelo” de la fibrobroncoscopia en Estados
Unidos, fue un gran maestro también para especialistas argentinos, tanto
en materia endoscópica como en el laboratorio pulmonar, con lo que
colaboró así para abrir campos especialmente útiles para
la neumonología clínica y
quirúrgica.
Sus
contribuciones fueron el fruto de una historia de vida que merece ser conocida.
A
la edad de 45 años, después de 17 años de practicar
medicina interna en la ciudad de El Centro, California, cerca de la frontera
con México, decidió realizar un fellowship
en enfermedades pulmonares. Después de postularse en varios
hospitales fue aceptado en el University of Iowa
Hospital and Clinics, Iowa City, Iowa. En el
programa recién creado, fue el primer fellow
cuando no existía más que un espirómetro como
equipamiento. Por esa época la patología pulmonar era
fundamentalmente la tuberculosis. Después de terminar el fellowhip de un año se
incorporó como miembro de la División y, en ese carácter,
asistió a un congreso de otorrinolaringología en Atlanta
(Georgia), donde el Dr. Shigeto Ikeda,
cirujano torácico del Instituto Nacional de Cáncer de Tokio,
presentó el primer prototipo del broncoscopio flexible de fibra
óptica, fabricado por Machida Corporation.
Inmediatamente
después, trató de convencer al jefe de medicina de su hospital
para obtener fondos y viajar a Japón, pero solo obtuvo el dinero para
que la Asociación Pulmonar de Iowa le comprara un broncoscopio. El
equipo llegó en 1970 a la universidad: tenía las instrucciones en
japonés, no contaba con instrumental de biopsia, el canal de
aspiración era extremadamente estrecho y su flexión era limitada.
Zavala
comenzó a entrenarse por las noches utilizando un perro llamado Hannibal, que fue sometido a numerosos procedimientos.
En
julio de 1970 llevó a cabo la primera fibrobroncoscopia
en un paciente. Pudo así realizar el diagnóstico de
cáncer de pulmón, que de otro modo no hubiera sido posible.
A
partir de entonces su contribución en la fibrobroncoscopia
diagnóstica fue ininterrumpida y sus publicaciones marcaron el ritmo del
avance en ese campo.
La
aparición de su conocido libro Flexible Fiberoptic
Bronchoscopy (editado por la University
of Iowa. Press of Pepco Litho, Cedars Rapids, IA, 1978),
permitió la expansión de su conocimiento a cantidad de
especialistas.
Advirtió
rápidamente la capacidad del fibroscopio para
el diagnóstico de las enfermedades tanto de la vía aérea
como del parénquima pulmonar y cultivó una sólida y
generosa amistad con Shigeto Ikeda
(Japón) y Howard A. Andersen (Mayo Clinic,
Rochester, Minnesota, Estados Unidos). Enseguida volcó esa misma
generosidad en la transmisión de su conocimiento, dentro y fuera de su
país, desde su laboratorio de los University
of Iowa Hospitals and Clinics.
Si
bien su mayor contribución fue en el campo de la fibrobroncoscopia,
de una manera entusiasta, desarrolló su experiencia en el campo de las
pruebas de ejercicio cardiopulmonar y en la evaluación nutricional,
sobre las que publicó sendos libros de entrenamiento.
Poseía
una singular capacidad intelectual para, por así decir, “disecar” cada
problema técnico-científico, resolver de a uno sus pasos y volver
a reunir el conjunto bajo una faz nueva y, al mismo tiempo, más precisa
y provechosa. Bastaba escucharlo y verlo actuar una vez frente a cada maniobra
para aprender definitivamente.
A
esa singular inteligencia se le sumaba la sencillez de su afable
carácter hispánico; tal reunión ha de dejar permanente
recuerdo entre quienes tuvimos el alegre privilegio de conocerlo. Como sucede
con las personas de bien, su memoria va siempre a traernos una agradecida
sonrisa de verdadera admiración.
Visitó
la Argentina en varias oportunidades y participó de cursos en Buenos
Aires, Mendoza y Corrientes.
Donald
Zavala tenía el derecho de estar orgulloso por sus múltiples
logros y de los numerosos médicos que entrenó, que podemos decir
sin equivocarnos “you touched
my life”.