Revista Americana de Medicina Respiratoria - Volumen 14, Número 2 - Junio 2014

Obituario

Edgardo Rhodius

Autor : Martín Sívori

Unidad de Neumotisiología del Hospital General de Agudos “Dr. Ramos Mejía”. Buenos Aires, Argentina

Correspondencia : E-mail: sivorimartin@yahoo.com 

Cuando desaparece un amigo, se lo puede despedir recordando alguna de las muchas facetas que tiene una persona en su paso por la vida. Años atrás, en una sección de Artículos Especiales (RAMR 2007; 1: 26-28) sobre rehabilitación respiratoria en esta revista, él mismo daba cuenta de su camino profesional. No pensaba la medicina sino en una amalgama proporcionada de la asistencia, la docencia y la investigación. Fue socio fundador de la AAMR y se comprometió con el proyecto de una sociedad científica abierta, federal, con sólidas bases en la investigación y la docencia. Estas palabras no recorrerán el camino de recordarlo desde sus logros profesionales, sino desde y a través de sus cualidades humanas. Me quiero referir al otro Rhodius, para los que no tuvieron la suerte de trabajar con él.

A los médicos jóvenes les abría su casa, su formidable biblioteca (en la época en que no había posibilidad de leer una revista por vía electrónica, ni había buscadores o bases de datos fácilmente asequibles, y en la que necesitábamos de la revista en papel). Él estaba suscripto a varias y las tenía a todas desde los años 80. De los artículos de mayor interés, él hacia sus famosas “fichas” donde anotaba la cita y el hallazgo principal del artículo. Su memoria prodigiosa que recordaba citas de publicaciones “viejas” sin error; su constancia en la lectura que lo hacía estar siempre al tanto de lo último publicado en las últimas revistas hasta sus últimos días, fueron cualidades superlativas. Tenía una fotocopiadora en su biblioteca para aquellos que íbamos a bucear en ese mar del conocimiento. Prestaba libros y revistas sin límite. Siempre me acuerdo tener su Cotes, el Comroe, el Miller o su Wasserman originales por primera vez en mis manos, devorándomelo de una revisada por arriba, y después pedírselo para fotocopiar… Tenía pasión por enseñar y formar: creó una residencia propia desde la nada, de la que hizo en la fisiología respiratoria su fuerte. Tenía debilidad por la fisiología respiratoria. Se había formado en la Residencia del Cetrángolo con el Dr. Roberto González (maestro y amigo), y se sabía cada técnica o prueba del laboratorio pulmonar en sus detalles, formuleo, etc., y nos ponía a prueba siempre en ese campo que lo apasionaba. Demás está decir que particularmente la fisiología del ejercicio, de la que había hecho todo, era su máxima debilidad. Ahí sí, nadie se le animaba…. Era su lugar preferido. Y por extensión, la rehabilitación respiratoria que empezó a desarrollar en las postrimerías de la década del ochenta. En sus últimos veinte años, se interesó en la patología del sueño y su estudio, desarrollando uno de los primeros centros polisomnográficos con Carlos Nigro. Sabía describir profundamente las imágenes del tórax, y hacía del diagnóstico diferencial, su juego preferido. Era un formador “nato” de jóvenes médicos. Médicos que habían rotado por su servicio, siempre lo recordaban en esa virtud: la de dar sin condición, de abrir su casa y su biblioteca para disfrutar con la pasión por el conocimiento. En lo personal, sin duda alguna es él la persona a la que llamaría “mi maestro” en nuestra profesión. Gozaba en la promoción de los jóvenes, encargándoles tareas que podrían ser vistas como desmesuradas por sus antecedentes o su edad, pero él promovía a las personas, delegando conferencias o tareas. Hacer participar en consensos o conferencias fue una de sus desafíos favoritos para los médicos jóvenes. El crecimiento de sus discípulos era la mejor manera de que creciera él. Toda una definición en el manejo de grupos y cómo administraba “ser Jefe”. Nunca le gustó el poder a la manera tradicional y vertical. Siempre renunció a títulos y honores. Convencerlo para ser jurado o presidir un simposio era tarea difícil. Siempre pensaba que había otra persona mejor que él que lo ejercería. Hasta los últimos momentos vivió en la sencillez y humildad, características de su personalidad. Siempre recuerdo cómo armamos con Jorge Cáneva y él en largas noches, el Consenso Argentino de Oxigenoterapia Crónica Domiciliaria en 1996-7, para definir cómo lo llevaríamos a cabo, la preparación el material, etc. Él, que tenía la mayor experiencia en comparación a los otros dos jóvenes, como siempre trató de no ser la voz definitoria, ni estar por arriba de los demás, y lo que nos costó que fuera el primer autor del mismo. Lo mismo ocurrió en los dos Consensos de Rehabilitación Respiratoria de la AAMR, donde fue la figura que con su conocimiento y antecedentes, aseguró sus resultados. Su participación en la Sección de Rehabilitación Respiratoria de la AAMR fue continua desde su inicio, pero nunca quiso cargos directivos sino que esos fueran para los jóvenes. Respetaba profundamente la ciencia de Roberto González, Carlos Di Bartolo, Néstor Martelli y por sobre todo, a don Aquiles Roncoroni, a quien admiraba.

Como si fuera una tragedia griega, la vida le presentó padecer la enfermedad que él, en sus años docentes, siempre usaba para definir una nota de un examen, o poner a prueba a un alumno, cursista o residente en sus conocimientos neumonológicos. La vivió con valentía, siendo muchas veces su propio médico, y enfrentándola de pie. Atendió en su consultorio a sus pacientes hasta sus últimos días. Sus pacientes lo querían mucho. Sin duda, su fe religiosa lo asistió y ayudó para encontrarlo tan entero hasta sus últimos días ante esta cruel enfermedad. Sus últimos años, también le depararon de “otros” dolores. La traición de un amigo, el abandono en su enfermedad de algunos y la mezquindad de otros, fueron también cruces por las que tuvo que pasar sus últimos tiempos.

Ani, su esposa y compañera, valiente compañera de toda su vida, fue su gran amor, a la que siempre le dedicó palabras de respeto, afecto y a quien cuidó con tanto amor cuando ella tuvo que pasar por sus difíciles problemas de salud. En este tiempo fue su roca y bastón en quien se apoyó para sobrellevar su enfermedad.

Sus hobbies eran jugar al tenis el martes a la tarde con un par de amigos, o el fin de semana en el campo o en su velero. También disfrutaba del piano, y uno de sus mayores logros fue ciertamente ver cómo su hija Mechi y nietita Sofía lo hacían mejor que el maestro. Siempre recuerdo esa noche de Berlín, en su querida Alemania, en un congreso europeo de no hace muchos años atrás, donde en una larga tertulia nocturna, nos deleitó con sus chistes alemanes a todos los que lo acompañamos. Y los contaba tan bien… Ciertamente a algunos, la vida les pasa, y otros pasan por la vida llenándose de su sabiduría, ejemplo que Edgardo aprovechó, para hacer de sus últimos años, los mejores. Era muy tímido, y esa postura de “serio” a veces era una distancia que les hacía a muchos difícil acortar, pero era por su gran timidez. En los últimos años, supo abrirse más y disfrutamos de su excelente sentido del humor.

Edgardo Rhodius es una de las piedras fundacionales de la rehabilitación respiratoria en nuestro país. Fue él quien lideró debatir, analizar y ponerla en difusión cuando en los ochenta todavía no estaba demostrado su beneficio en estudios controlados. Su obra póstuma es un capítulo que escribimos juntos sobre respuesta al ejercicio en la enfermedad respiratoria crónica, que formará parte del libro de rehabilitación respiratoria de la AAMR, obra a la que él tanto ayudó con consejos y críticas.

Nos despedimos, sin saberlo, un lluvioso viernes a la mañana de Marzo, que lo visité para desayunar en su departamento. Hablamos de la vida, de sus dolores y de sus alegrías. Allí lo vi llorar por primera vez, fundirnos en un largo abrazo. El orgullo por la vida que llevaban Martín y Mechi, sus dos hijos, o por los logros de Sofía y Jerónimo, su dos queridísimos nietos, le iluminaba su rostro. Lo vi dirigirse a su biblioteca, regalarme un libro autografiado, erguido, con su bigotera con oxígeno, y seguir hablando de nuestras cosas y proyectos. De sus miserias también hablamos ese día, conversamos sobre la diferente cosmovisión del mundo que nos separaba.

Los pacientes con enfermedades respiratorias crónicas y sus familias, sus discípulos, y la AAMR le estarán agradecidos a Edgardo por su aporte al desarrollo de la rehabilitación respiratoria en nuestro país. A los que tuvimos el privilegio de disfrutarlo como persona, Edgardo nos lega sus valores, y su testimonio nos estimula a seguir trabajando en la rehabilitación respiratoria, en su difusión y mejoría en la formación de las futuras generaciones de médicos neumonólogos.

Muchas Gracias Maestro! Muchas Gracias…. un abrazo….

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Mujer joven con afectación pulmonar bilateral y alteración de la conciencia

Autores:

Churin Lisandro
Ibarrola Manuel

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