Autor : Peter D. Wagner
Traducción: Carlos H. Bevilacqua1
Correspondencia :
1 Esta traducción se ha efectuado con el consentimiento del autor y de la revista High Altitude Medicine & Biology, quienes no se responsabilizan por la exactitud de la misma. Por el mismo motivo hemos decidido respetar el formato original de las referencias, a pesar de que no se adapte a las normas habituales de la RAMR.
Resumen
En octubre de 1985, hace casi 25 años, 8 sujetos y 25 investigadores se encontraron en las cámaras de altura del Instituto de Investigación para la Medicina Ambiental del Ejército de los Estados Unidos (USARIEM) en Natick, Massachusetts, para estudiar las respuestas humanas a un ascenso simulado de 40 días al Monte Everest, llamándolo Operación Everest II (OE II). Liderados por Charlie Houston, John Sutton, y Allen Cymerman, estos investigadores condujeron un gran número de investigaciones a través de varios sistemas orgánicos, a medida que los sujetos eran gradualmente “descomprimidos” durante 40 días, equivalentes a una campaña al Everest. Allí los sujetos alcanzaron un VO2 max (máxima capacidad de consumo de oxígeno) de 15,3ml/Kg/min (28% de los valores iniciales a nivel del mar) a 100W y PO2 y PCO2 de aproximadamente 28 y 10mm Hg respectivamente. La función cardiaca resistió la hipoxia, pero no los pulmones: las alteraciones de la relación ventilación-perfusión y la limitación a la difusión redujeron considerablemente la oxigenación. La resistencia vascular pulmonar se incrementó, y no era reversible a la administración de oxígeno, pero se redujo durante el ejercicio. Se desarrolló atrofia muscular, pero la estructura muscular y su función no fueron afectadas en modo alguno. Algunos déficits neurológicos (cognitivos y de memoria) persistieron al retorno a nivel del mar, más aun en quienes exhibieron alta respuesta ventilatoria a la hipoxia, con función motora esencialmente preservada. Un 9% de pérdida de peso (a pesar de una dieta sin restricciones) correspondió fundamentalmente al músculo (67%), y excedió en un 2% lo esperable del balance entre ingresos y gastos de energía. Ocurrieron algunos cambios inmunológicos y del metabolismo lipídico de significación incierta. La experiencia OE II fue única por la diversidad y complejidad de estudios llevados a cabo por una misma cohorte de valerosos sujetos. Estos estudios nunca pudieron haber sido llevados a cabo en terreno, y por lo tanto, estudios complementarios como la Expedición Americana al Everest de Investigación Médica (AMREE), a pesar de su más limitada amplitud, sirve como banco de pruebas de estudios de cabina como el OE II.
Palabras clave: Función ventricular; Respuesta vascular pulmonar; Intercambio pulmonar gaseoso
Abstract
Operation Everest II
8 subjects and 27 investigators met at the United States Army Research Institute for
Environmental Medicine (USARIEM) altitude chambers in Natick, Massachusetts, to study
human responses to a simulated 40-day ascent of Mt. Everest, termed Operation Everest
II (OE II). Led by Charlie Houston, John Sutton, and Allen Cymerman, these investigators
conducted a large number of investigations across several organ systems as the subjects
were gradually decompressed over 40 days to the Everest summit equivalent. There the
subjects reached a _VVo2max of 15.3 mL/kg/min (28% of initial sea-level values) at
100 W and arterial P02 and PCO2 of *28 and *10mm Hg, respectively. Cardiac function
resisted hypoxia, but the lungs could not: ventilation–perfusion inequality and O2 diffusion limitation reduced arterial oxygenation considerably. Pulmonary vascular resistance
was increased, was not reversible after short-term hyperoxia, but was reduced during
exercise. Skeletal muscle atrophy occurred, but muscle structure and function were
otherwise remarkably unaffected. Neurological deficits (cognition and memory) persisted
after return to sea level, more so in those with high hypoxic ventilatory responsiveness,
with motor function essentially spared. Nine percent body weight loss (despite an
unrestricted diet) was mainly (67%) from muscle and exceeded the 2% predicted from
energy intake–expenditure balance. Some immunological and lipid metabolic changes
occurred, of uncertain mechanism or significance. OE II was unique in the diversity
and complexity of studies carried out on a single, courageous cohort of subjects. These
studies could never have been carried out in the field, and thus complement studies
such as the American Medical Research Expedition to Everest (AMREE) that, although
more limited in scope, serve as benchmarks
and reality checks for chamber studies like OE II.
Key Words: Ventrical function; Pulmonary vascular response; Pulmonary gas exchange
Introducción
En el otoño de 1985, hace casi exactamente 25 años,
Charlie Houston, John Sutton, y Allen Cymerman
(como investigadores principales) convocaron
un grupo de adultos varones, jóvenes normales,
como voluntarios para las investigaciones, y 27
investigadores científicos (Houston et al., 1991)
en el USARIEM, en Natick, Massachusetts. Uno
de los investigadores fue Jack Reeves, que tuvo un
rol preponderante en lo que se llamó la Operación
Everest II (OE II). También participaron Richard
Riley y Charlie Houston. Desgraciadamente estos
investigadores han desaparecido, y esta revisión
se escribe en honor a sus nombres.
El objetivo de OE II fue estudiar la amplia gama
de respuestas biológicas en camino a, y más tarde
a la altitud extrema simulada, a medida que los
sujetos eran sometidos a una gradual disminución
de la presión barométrica, hasta alcanzar la PO2 inspirada de la cima del Everest, que se estima en
43mm Hg.
Los investigadores de OE II estudiaron las respuestas cardiovasculares, metabólicas, respiratorias, hematológicas, musculares, inmunológicas y neurales, durante la vigilia y el sueño de los 8 sujetos. Hasta hoy, estos estudios han dado origen a 33 trabajos de investigación publicados en revistas con arbitraje y 16 revisiones.
Características únicas del OE II
En virtud de que ha habido muchos estudios de investigación sobre grandes alturas, antes y después de éste, la pregunta esencial es qué tiene de único el OE II. La respuesta reside en dos factores: la extensión de estudios interdisciplinarios conducidos en paralelo y en serie por un gran número de investigadores sobre la misma cohorte de individuos, y la capacidad para realizar muchas mediciones invasivas y/o técnicamente complejas, como la colocación de catéteres o biopsias de tejido o complejas adquisiciones de señales eléctricas, o cosas parecidas. Los logros del OE II nunca hubieran sido posibles en el terreno. Por ejemplo: la colocación de catéteres arteriales y venosos que permitían el muestreo de sangre durante el ejercicio máximo, no ya a nivel del mar como al comienzo del OE II, sino a PB de 347mmHg (equivalente a 6.100m) o a PB 282mmHg (7.600m) o PB de 253mmHg, equivalente a los 8.848m de la cima. Las altitudes establecidas surgen de las tablas de la Organización Internacional de la Aviación Civil. La presión barométrica de la cima fue establecida a sólo 240mmHg, para compensar la FIO2 de la cámara de 0,22. Esto se hizo para mantener la PIO2 de la cámara a 43mmHg, equivalente a lo verdaderamente existente en la cima. Por simplicidad, en adelante la PB de la cima será referida como 253mmHg.
Estudios de cabina y expediciones en terreno
Probablemente sea útil tratar aquí la inevitable polémica que genera la comparación entre estudios de fisiología de la altura en cabina y los de terreno, y una vez despejado este tema, enfocarnos en lo que el OE II logró. Es innegable que los estudios de terreno examinan “la cosa real”. Se incluyen allí injurias multidimensionales al organismo: hipoxia, ejercicio, frío, viento, stress de la ansiedad y el miedo, insuficiencias nutricionales potenciales, eventuales interrupciones del sueño, injurias, enfermedades, etc. Por supuesto que también se cuenta con las recompensas de la sensación de los logros alcanzados, la camaradería y la belleza natural de las montañas. Las injurias adicionales a la hipoxia pueden afectar el objetivo primario de la investigación, que focaliza en la hipoxia, y produce resultados que pueden ser diferentes a niveles similares de hipoxia, por influencia de los factores antes mencionados. Estos factores (la injuria, el clima o la enfermedad) pueden eventualmente resultar en fracaso de la expedición. Además, no todos los sujetos serán capaces de hacer cumbre en el Everest sin oxígeno adicional, y la ventilación con hipoxia intermitente puede producir efectos fisiológicos distintos de los logrados en “cabina”, donde sólo se respira aire ambiente. Asimismo, en los estudios de terreno, donde se requieren ascensos y descensos antes de alcanzar la cima, y la altitud no se alcanza de un modo progresivo, esto puede alterar también la comparación de los resultados.
En el OE II los estudios de cabina algunas noches
incluían pequeños descensos.
Los estudios de cabina generalmente sólo simulaban la hipoxia, y en menor medida un ejercicio
físico de alta exigencia, diferente de la trepada en
un ambiente estrecho, y asediados por una horda
de investigadores (que los someten a extracciones
de sangre, y miden todo lo que pueden, con procedimientos que implican riesgos potenciales), aburrimiento, contacto forzado y cercano con los demás
sujetos de investigación, confinamiento dentro de
una pequeña cámara hermética. No hay logros
de ascenso, y la belleza de la montaña está verdaderamente ausente. En cambio, hay una cama
donde dormir, un baño donde sentarse, una ducha
y buena comida siempre al alcance de la mano, y en
caso de enfermedad, la puerta de la cámara puede
abrirse en segundos para recibir atención. El beneficio real de los estudios en cabina es que pueden
realizarse una vasta y más compleja variedad de
investigaciones que las que pueden llevarse a cabo
en campo, y que algunos factores extraños, como
el frío y la injuria, se pueden controlar.
Los estudios de cámara y de terreno tienen sus
pros y sus contras. Este autor cree que en su complementariedad ambos son valiosos. En el sentido
que la hipoxia es el tema dominante, los hallazgos pueden ser similares. Pero otras diferencias
deben considerarse al comparar los resultados.
Para el estudio OE II una limitación del estudio
en cámara fue la velocidad de despresurización.
Los sujetos fueron “ascendidos” algo más rápido
que los de la expedición al Everest. Una consecuencia de este rápido perfil de descompresión
fue que la mayoría de los sujetos que pasaron
los 6.100m desarrolló edema de pulmón de la
altura, y los ascensos debieron ser interrumpidos
por pequeños descensos nocturnos, hasta que los
sujetos se recuperaran. Las respuestas a la altura
dependientes de la rapidez del ascenso pudieron
deberse a la programación de ascensos rápidos,
y de hecho mucho se ha escrito a propósito de la
menor aclimatización, de los sujetos de OE II, respecto de los de la verdadera expedición al Everest.
Se puntualizará más tarde en esta revisión que
las similitudes son mayores que las diferencias
para muchas variables. Otra limitación del OE
II fue que a causa de las frecuentes extracciones
sanguíneas de muchos de los investigadores, el
incremento en la concentración de hemoglobina
(Hb) inducido por la hipoxia fue atenuado, en cierta medida, de un incremento promedio de 13,3
a sólo 16,9g/dl (Groves et al., 1987). Durante la
expedición en terreno, la Hb alcanzó los 18,4g/dl
a 8050m de altura (Winslow et al., 1984). En el
sentido que las altas concentraciones de Hb son
fisiológicamente beneficiosas en la altura, hecho
sobre el que no hay acuerdo de que éste sea el caso
(Calbet et al., 2002), probablemente esto produjo
resultados submáximos en el contexto del ejercicio
máximo y la función cardiaca.
Corresponde decir que el OE II produjo muchas
primicias históricas, y esto y otros importantes
hallazgos son ahora subrayados con apologías para
sus autores, en el resto de la revisión. El orden de
su presentación no representa la importancia relativa de los mismos, es más, debe decirse que no es
posible en un espacio muy acotado hacer referencia
a cada uno de los resultados en detalle, o cómo se
produjeron los cambios con cada paso en el proceso
de la progresiva descompresión. De hecho, no se
puede discutir aquí cada hallazgo. Haremos foco
especialmente en los hallazgos más novedosos o
importantes, especialmente al punto equivalente
de la cima. Quince de las treinta primeras publicaciones generadas por estas investigaciones del OE
II son citadas en este texto, las quince remanentes
aparecen en las citas bibliográficas, junto con cinco
artículos de revisión.
Capacidad de ejercicio:
Como se conoce desde hace muchos años, la capacidad del ejercicio medido como VO2 max cae progresivamente con la altura. En el sujeto moderadamente
entrenado de la OE II el VO2 max cayó de un promedio de 4,13L/min (49,1mL/kg/min) a 370W a nivel
del mar, hasta 1,17 L/min (15,3mL/kg/min) a 100W
en la cima. Los datos son llamativamente parecidos
a los de Pough et al (1964) durante todo el tiempo
del ascenso. A alturas extremas, los datos son indistinguibles de los del AMMRE (West et al, 1983),
a pesar de que los sujetos de esa expedición tenían
valores superiores de VO2 max a nivel del mar.
En la cumbre, el VO2 max era el 28% del valor
inicial a nivel del mar, indicando una pérdida del
72% de la capacidad de ejercicio. La mayor parte
de este efecto, aunque no todo, se debe al efecto
directo de la hipoxia sobre el transporte de oxígeno.
De todos modos, algo es producido por pérdida de
masa muscular, y posiblemente pérdida de “entrenamiento” por el confinamiento en una pequeña cámara de presión durante 40 días. El VO2 max a
nivel del mar fue medido algunas horas después del
descenso y se encontró que era de 3,30 L/ min (42,5
mL/kg/min), que constituye el 80% de los valores
pre-estudio. Esto permite reflexionar entre las
contribuciones relativas de la hipoxia en sí misma,
en comparación con estos otros factores, ya que el
efecto de la hipoxia debiera ser instantáneamente
reversible, mientras que los otros requerirán de
tiempo y posiblemente re-entrenamiento para su
recuperación. Por lo tanto, comparando con los
valores inmediatos post OE II, la hipoxia equivalente a la cumbre del Everest redujo el VO2 max en
un 64%, explicando casi toda la pérdida del 72%
respecto de los valores previos al estudio. Resulta
entonces que la pérdida de entrenamiento o de
masa muscular tuvo una mínima contribución en
la reducción de la capacidad de ejercicio.
Función del ventrículo izquierdo
Es bien conocido que el gasto cardiaco en ejercicio
máximo es más bajo en hipoxia crónica que a nivel
del mar. Esto también se verificó en el OE II. Durante el ejercicio máximo, y a presiones atmosféricas de 760, 347, 282 y 253mmHg el gasto cardiaco
promedió 24,2, 20,3, 15,9, and 16,1 L/min, respectivamente (Sutton et al., 1988). Refiriéndonos a la
similitud de los datos medidos de las últimas dos
alturas, debe considerarse que las mediciones a
253mmHg ocurrieron dentro de la primera hora
después de abandonar los 282mmHg y por lo tanto
representan un grado de hipoxia agregado agudamente. En cambio, los valores obtenidos a 347 y
282 mmHg muestran datos obtenidos después de
varios días a esa altitud.
En el OE II, nosotros intentamos investigar, al
menos en parte, la causa de esta caída en el gasto
cardiaco máximo. Algunas explicaciones potenciales incluyen (1) la disfunción ventricular hipóxica,
(2) la reducción del retorno venoso (probablemente
por hipovolemia), generando así presiones de fin
de lleno ventricular disminuidas, (3) alteración del
estímulo autonómico del corazón, o (4) reducción
de la demanda de flujo sanguíneo, secundario a la
reducción de la demanda de oxígeno, por otros efectos de la hipoxia en el transporte de oxígeno. Como
ya lo señalaron Reeves y col (1987), muestran que
cualquiera sea el nivel de presiones auriculares
derecha e izquierda, como estimaciones de las
presiones de llenado de los respectivos ventrículos, los gastos cardiacos son en todo caso algo mayores
que los esperables, y no menores, a medida que se
gana altura. Lo mismo ocurre cuando se analiza
el volumen de eyección en lugar del gasto total.
Esto ocurre en presencia de un incremento en las
resistencia vasculares sistémicas que acompañan
el incremento de altitud (Reeves et al.1987). De
hecho, empleando ecocardiografía, Suárez y col.
(1987) encontraron que los valores de función
ventricular eran parecidos en todas las altitudes,
comparados con los obtenidas a nivel del mar, o
ligeramente superiores.
En el OEII no se realizaron intervenciones
de expansión del volumen con fluidos o de interrupción del estímulo autonómico, con el objeto
de explorar el posible rol de las reducciones en
las presiones de llenado o las alteraciones del
control autonómico, respectivamente, pero los
datos demuestran claramente que la función
cardiaca no fue afectada a ninguna altitud. Por
ello no hubo defecto de la función cardiaca por
hipoxia, y no puede explicarse así la reducción
en el gasto cardiaco máximo. En este estudio de
cabina parece improbable una disminución del
gasto por hipovolemia, exhibido por un tercio
de los sujetos, habida cuenta del buen soporte
nutricional. Otros estudios han demostrado que,
restaurando las frecuencias cardiacas máximas
reducidas por inhibición vagal que se observan a
nivel del mar (Boushel et al. 2001), no aumenta el
gasto cardiaco máximo en alturas extremas. Esto
deja como explicación más probable la referida a la
reducción de la demanda de oxígeno. Lo que está claro es que el corazón funciona bien con una PO2 de 30 mmHg o menos, aun durante el ejercicio.
Función del ventrículo derecho y respuestas vasculares pulmonares
La función del ventrículo derecho (VD) también
fue bien preservada en las alturas, a pesar de una
substancial hipertensión pulmonar (P. ej. 34mmHg
a PB de 282mmHg (Groves et al. 1987). Las presiones de lleno del VD no estaban elevadas y no hubo evidencias de fallo cardiaco derecho. Con
el incremento de la altitud no hubo sugerencias
de que el gasto cardiaco cayera a ningún nivel de
presión de llenado. Si algo pasa es lo contrario
(Reeves et al., 1987).
La vasoconstricción pulmonar hipóxica es una
conocida consecuencia de la altitud, que resulta en hipertensión arterial pulmonar, y eventualmente
hipertrofia del VD. La resistencia vascular pulmonar ciertamente se incrementa progresivamente
con la altura, excepto durante el cambio hipóxico
agudo entre los 282 y 253 de PB de la cumbre,
y que se explicaría porque esto ocurrió en sólo
30 minutos. Esto se encontró en situaciones de
ejercicio y en reposo. La administración aguda
de oxígeno al 100% (en 30 minutos) no consiguió revertirlo ni alteró la resistencia vascular
pulmonar de reposo durante el ejercicio, aunque
sólo unos pocos minutos de ejercicio claramente
disminuyeron la resistencia vascular pulmonar.
Esto tal vez se deba a que la remodelación hipóxica de las pequeñas arterias pulmonares no es
tan rápidamente reversible a la ventilación con
oxígeno puro, mientras que durante el ejercicio la
distensión y el reclutamiento de capilares explica
una caída de la resistencia. La llamativa caída de
la resistencia vascular pulmonar en la cima, en
cualquier condición, fue inesperada y permanece
sin explicación. Una hipótesis sería su vinculación
con alteración de la función autonómica, propia
de la descompresión aguda en la cima.
Intercambio gaseoso pulmonar
El intercambio gaseoso pulmonar puede ser examinado de varios modos. Es bien conocido que la
mayor respuesta a la hipoxia es la hiperventilación,
y su magnitud se refleja en los valores de PCO2 y
PO2. A nivel del mar, los sujetos del OE II hiperventilaban, probablemente porque las muestras
se tomaron inmediatamente antes de una prueba
de ejercicio graduado hasta VO2 max. Esto tal vez
explique la PCO2 tan baja, comparada con otros
estudios. De todos modos, a todas las alturas, excepto en la cumbre, los valores son indistinguibles
de los del AMREE and Rahn y Otis (1949). Es de
interés la observación de que en la cima del OE II
la PO2 alveolar fue ligeramente más baja y la PCO2 ligeramente más alta que la hallada en el AMREE.
El esquema de tensión de los gases en todos los
estudios sugiere que el programa de rápida descompresión del OE II no alteró la respuesta ventilatoria
a la hipoxia durante el reposo, hasta los 7600m.
Como surge de los datos obtenidos en el AMREE,
las muestras fueron recogidas sólo después de que
el sujeto alcanzara la cumbre y habiendo transcurrido varias horas, habiendo recibido oxígeno
suplementario y realizado gran esfuerzo. En el OEII, los datos de la cumbre fueron obtenidos en un
periodo de alrededor de 30 minutos después de la
descompresión de PB 282mmHg (7600 m), tiempo
en que los sujetos estaban en reposo, respirando
aire ambiente. Debe señalarse que la respuesta a
la hipoxia de la población normal es amplia. Así,
las diferencia de valores en la cima no deben ser
sobreinterpretadas, ya que las muestras obtenidas
provenían de dos grupos pequeños, y siguiendo
dos historias de ascenso bien diferentes. Además
de las medidas de la PO2 y la PCO2 alveolares, se
midieron las respuestas a la hipoxia y a la hipercapnia durante el ascenso a PB de 305mmHg, y se
las encontró exageradas a medida que se ganaba
altura (Schoene et al. 1990).
El intercambio gaseoso es afectado también
por alteraciones en la relación ventilación-perfusión, lo que fue directamente mostrado por el OE
II (Wagner et al., 1987b). En algunos sujetos, a
medida que se ganaba altura, las alteraciones del
intercambio gaseoso semejaban las de un paciente con fallo respiratorio moderado, y unos pocos
como pacientes con distress, en el ámbito de una
unidad de cuidados intensivos. Es difícil imaginar
que semejante alteración de la relación ventilación- perfusión sea producida por otra causa que el
edema de pulmón de la altura. Sin embargo, aun la
marcada desigualdad a alturas extremas se manifestó poco en el valor del gradiente alvéolo-arterial
para el oxígeno, debido a la forma y la inclinación
de la curva de disociación de la oxihemoglobina
(Wagner, 2001).
Finalmente, se creía que habría limitación a la
difusión alveólo-capilar, que tendría un efecto en
la transferencia de oxígeno y en la saturación, a
medida que se ganaba altura (West and Wagner,
1980). Así fue en el caso de OE II (Wagner et al.,
1987b), donde en la cima, y en máximo ejercicio, la
difusión fue responsable de 6 mmHg de gradiente
alveólo-arterial. A pesar de que 6 mmHg pueden
parecer insignificantes, la PO2 era de 28 mmHg,
resultando así en una reducción de aproximadamente el 15% de la saturación de oxígeno.
Como resultado de las alteraciones de la FIO2, de
las alteraciones de la relación ventilación-perfusión
y de la difusión, la PO2 y la PCO2 en la cima en
reposo fueron de 30,3 y 11,2 mmHg respectivamente. Durante el ejercicio a 60W fueron de 27,8
y de 10,7 respectivamente, y a 120W de 27,6 y 9,6
respectivamente. Estos números increíbles lo dejan
a uno incapaz de imaginar cuál será la mínima PO2 arterial no dañina, capaz de producir “aclimatamiento” en un tiempo suficiente. En este mismo
número, Grocott et al. (2010) comunican mediciones de gases arteriales durante la expedición
Caudwell Xtreme Everest, y encontraron valores
medios de 24,6 mmHg (PO2) y 13,3 mmHg (PCO2)
a 8400m, en descenso desde la cumbre. La PO2 fue
más baja, y la PCO2 más alta que las halladas en
el OE II, pero el pequeño número de los sujetos
examinados, y las diferentes circunstancias, como
el esfuerzo extremo del verdadero ascenso, y el
empleo intermitente de oxígeno suplementario,
hacen difícil la interpretación de estas pequeñas
diferencias.
Balance ácido-base
A pesar de no ser un objetivo principal del OE II, una vez que los catéteres estuvieron colocados, se examinaron los cambios en el ácido-base durante el reposo y el ejercicio a diferentes alturas (a nivel del mar y a PB de 429, 347, 282 y 253mmHg). El pH arterial en reposo no subió tanto como se infería de los datos del AMREE, estimado entre 7,7 y 7,8, basados en los valores medidos de PCO2 y exceso de bases (West, 2010). A nivel del mar, y en las siguientes 4 altitudes progresivas los pH arteriales promediaron: 7,43, 7,46, 7,50, 7,53, y 7,56 (Sutton et al. 1988). Los valores correspondientes de exceso de bases fueron de -1, -4, -5, -9, y -9 mEq/L. Excepto para las mediciones de la cumbre, las razones para las diferencias en las mediciones entre el OE II y el AMREE, no pueden buscarse en cambios en la PO2, y por lo tanto estarán reflejando cambios en la compensación renal. De todos modos, las diferencias observadas en la cima pueden estar influenciadas por la más alta PCO2 (11 mmHg) en el OE II. Si la PCO2 hubiese sido de 8 mmHg como en el AMREE el pH hubiera sido de 7,65, en lugar de 7,56, como efectivamente se midió. Aun así, es un poco menos que lo observado en el AMREE.
Intercambio gaseoso periférico
El intercambio gaseoso periférico no fue un objetivo del OE II. Sin embargo, resultaron llamativos los altos valores de PO2 venosa mixta (PvO2) durante el ejercicio máximo en la altura. A nivel del mar, la PvO2 era de 18,5 mmHg a VO2 max. En la cima era aún de 13,8 mmHg. Esto podría en parte reflejar una PO2 más alta en la sangre venosa retornando de tejidos distintos del corazón y los músculos, pero es difícil imaginar que esto pueda explicar todo el oxígeno residual en la sangre venosa mixta. Una observación casual que derivó en el desarrollo de un tratamiento más amplio del intercambio de oxígeno en el músculo (Wagner, 1996), y que nunca hubiera sido posible sin la medición de la PvO2 mixta a VO2 max, y a distintas alturas, un grupo de datos medidos no disponibles antes. Se encontró que con el incremento de la altitud, no sólo cayó progresivamente la VO2 max, sino que lo mismo ocurrió con la PvO2. Esto de por sí puede no parecer sorprendente, pero lo que cautivó nuestra atención fue que la caída en la PvO2 era muy cercanamente proporcional a la del VO2 max. Ya que la PvO2 puede considerarse un reflejo del gradiente de difusión para el oxígeno entre la sangre y las mitocondrias de los músculos, la relación proporcional se propuso como evidencia de que el movimiento difusivo del O2 entre la sangre y las mitocondrias del músculo estaba limitado por la difusión, contribuyendo así a la limitación del VO2 max en la altura. Esta hipótesis incubó un nuevo y completo programa de investigación que verdaderamente confirmó la limitación del transporte de oxígeno muscular por la difusión, como factor primordial en la limitación del VO2 max, en sujetos sanos en altura o a nivel del mar (explicando también los altos valores de PvO2) Roca et al., 1989; Hogan et al., 1991; Richardson et al. 1998.
Función del músculo esquelético
El gran interés del transporte de oxígeno en la
altura surge parcialmente por la necesidad de O2 de los músculos esqueléticos, que lo requieren
durante el escalamiento. Por ello, estudiar la
adaptación del músculo esquelético a la altitud se
constituyó en foco del OE II. Green y col. (1989b)
biopsiaron el músculo vasto lateral a nivel del
mar antes del OE II, también a 288mmHg, y
nuevamente al finalizar el OE II. Algo sorpresivamente, no encontraron ningún cambio en las
actividades metabólicas máximas de los músculos
entre los exámenes pre-OE II y los 282 mmHg
(equivalentes a 7600m). Las determinaciones
de enzimas reflejaron los pasos metabólicos más
importantes, beta-oxidación de los ácidos grasos,
glicogenolisis, glicólisis, el ciclo del ácido cítrico, la
fosforilación de la glucosa y las transferencias de
fosfatos de alta energía. De todos modos, los datos
obtenidos al regreso a nivel del mar indicaron una disminución de la actividad de algunas enzimas
claves, y el examen progresivo de la actividad enzimática durante todo el estudio mostró cambios
que nos permiten sugerir que pudo haber niveles
de actividad aumentados de algunas enzimas en
la primera fase del ascenso (PB 380mmHg), que
después cayó, con el incremento de la altura y el
paso del tiempo. Esto es una hipótesis, no una
conclusión. De todos modos, los hallazgos se contaminan por la disminución de la actividad física
de los sujetos, a medida que se gana altura. Hay
entonces una combinación de hipoxia progresiva,
menor actividad física con el paso del tiempo y
alcalosis. Determinar si la hipoxia de la altitud
extrema por sí misma altera los potenciales
metabólicos requeriría de la comparación con
un grupo control semejante en actividad física
y en estado ácido-base, como mínimo. Green y
col. (1989b) también encontraron que la altitud
extrema no conduce a diferencias en los depósitos
de glicógeno o su empleo durante el ejercicio. Y
que las reducciones de ATP y de fosfato de cretina
(compuestos de alta energía) inducidas durante el
ejercicio eran similares entre los medidos a nivel
del mar o en altitudes extremas.
El OE II fue una oportunidad única para conocer un poco más de la “paradoja del lactato” (las
observaciones de que a pesar de la hipoxia extrema
el nivel de lactato en sangre para un determinado
nivel de ejercicio aumenta menos después de un
tiempo en la altura que el medido apenas ascendido o en ascenso, y que los niveles de lactato en
situación de fatiga extrema son progresivamente
más bajos, a medida que se gana altura). A partir
de las biopsias musculares se encontró que los
niveles de lactato en ese tejido durante el ejercicio
extenuante estaban muy reducidos en la altura,
compatible con menores capacidades de trabajo
(Green et al., 1989a). Por lo tanto, los bajos niveles
de lactato parecen reflejar bajos niveles de lactato
en el músculo.
La estructura muscular fue afectada (Mac-Dougall et al., 1991). La superficie de corte de
ambas fibras musculares tipo I y tipo II estaban
significativamente reducidas, compatibles con la
bien conocida propensión a la pérdida de masa
muscular y peso corporal en altitud extrema. La
densidad capilar muscular estaba aumentada, pero
sólo como resultado de pérdida de superficies de
corte de las fibras. El número de capilares musculares no estaba alterado. Esto es sorprendente, ya que se supone que la angiogénesis muscular es
conducida, al menos en parte, por genes sensibles a
la hipoxia, tales como el VEGF, posiblemente activado por HIF-1α (Forsythe et al. 1996) La función
neuromuscular también ha sido estudiada en el
OE II (Garner et al., 1990) empleando un pequeño grupo muscular (dorsiflexores del tobillo). Los
efectos de la altura extrema fueron entre leves e
inexistentes, con una capacidad de generación de
fuerza y de transmisión neuromuscular conservados. Hubo evidencias de una fatigabilidad muscular
levemente aumentada.
En todos los sujetos, sólo se demostró disminución de la masa muscular. Sorprendentemente,
otros cambios fueron leves o nulos.
Función neurológica
A pesar de que la función neuromuscular fue preservada, las pruebas neuropsicológicas revelaron déficits claros, resultantes de la hipoxia extrema en el OE II. Hornbein y col. (1989) encontraron déficits de memoria visual y verbal, que se prolongó aun después de alcanzar el nivel del mar. Un hallazgo provocativo también descripto por Hornbein, y como evidente también en el AMREE fue que los sujetos con mayores respuestas ventilatorias a la hipoxia, manifestaron mayores déficits neurofisiológicos. Esto no era esperable, ya que una mayor ventilación debiera conducir a una mayor oxigenación arterial y por ello cerebral. Hornbein propuso que el más alto grado de hipocapnia, asociada a ventilación más alta, pudo haber causado suficiente vasoconstricción arterial, para sobrepasar los efectos de la PO2 más alta, y así reducir la disponibilidad total de oxígeno cerebral. Esto permanece para ser demostrado. Kennedy y col (1989) también estudiaron la función del sistema nervioso central durante el OE II y encontraron deterioro cognitivo. La función motora fue mínimamente afectada. Finalmente, en el OE II, Kobrick et al. (1988) encontraron que la sensibilidad visual al contraste no fue afectada por la altura.
Función inmunológica
Una variedad de alteraciones inmunológicas in vivo e in vitro fueron encontradas en los 7 sujetos sometidos al ascenso durante el OE II. Los niveles de inmunoglobulinas IgA e IgM crecieron a los 7600m, mientras que las producciones in vitro de los mononucleares de la sangre periférica permaneció sin cambios. La producción in vitro, espontánea y estimulada de interferon y NK contra la línea celular K562 permaneció sin cambios, y no se observó incremento en la generación de factores antinucleares en sangre periférica de ninguno de los sujetos. La inmunidad mucosa tampoco se alteró, determinada por la medición de los niveles de IgA y lisozima. En cambio, hubo una inhibición in vitro de la función de las células T, documentada por una disminución del 50% a las 24hs de cultivo en la síntesis de proteínas estimuladas por PHA, seguido de una reducción en la proliferación del 33% a las 72hs, por captación de timidina. El análisis simultáneo de las células mononucleares de la sangre periférica por citometría de flujo mostró un aumento de monocitos circulantes sin cambios en las estirpes de células B y T. Estos hallazgos sugieren que la exposición a la hipoxia con frecuencia altera la regulación y función de la inmunidad normal, más manifiesto en las funciones de las células T que las B, o la inmunidad mucosa a través de alteraciones en la inmunidad adaptativa normal, posiblemente mediada por citoquinas derivadas de los monocitos. Alteraciones inmunológicas similares in vivo e in vitro han sido observadas en sujetos expuestos a otros ambientes“estresantes”, como vuelos espaciales o militares, o expediciones de montañismo (Meehan et al., 1992; Meehan et al., 2001).
Respuestas metabólicas y hormonales, nutrición y composición corporal
Es bien conocido que pasar cierto tiempo en la altura produce pérdida de peso corporal. Esto puede producirse por pérdida de la masa grasa, por pérdida de masa no grasa o por ambas, y los factores causantes incluyen la hipoxia, una dieta pobre, malabsorción, el aumento de la actividad física, la deshidratación o el stress. En el OE II, algunos de estos factores pueden ser excluidos. Rose y col. (1988) mostraron que los sujetos perdieron 9% del peso corporal, con una dieta muy agradable de más de 3000kcal/día y de sus comidas favoritas. A pesar de la disponibilidad de comida, los ingresos cayeron de modo sustancial y progresivo de 3136 a 1789 kcal/día. De todos modos, aun esta caída de los ingresos, dados los niveles de actividad física, la pérdida de peso debió alcanzar solo el 2%, de acuerdo con las estimaciones de Rose.
La deshidratación pudo contribuir a la pérdida de peso, pero una grosera estimación del balance de fluidos (ingreso de fluidos vs. débito urinario) mostró que los sujetos mantenían su hidratación, pero el fluido perdido con las heces, con la hiperventilación y la sudoración no fueron considerados. Los escaneos con tomografía computada mostraron que la mayor parte de la pérdida de peso provino de fuentes libres de grasa (67%), especialmente músculo. La malabsorción no fue medida, pero estos datos sugieren que la hipoxia por sí sola explica la mayoría de los hallazgos. Young y col. (1989) midieron lípidos plasmáticos y ciertos perfiles hormonales, y encontraron cambios sustanciales durante el OE II, a pesar de que sus mecanismos, significado y duración permanecen sin establecerse. Los niveles de colesterolemia en ayunas cayeron alrededor de un 30%, y los niveles de insulina y triglicéridos se duplicaron, sin cambios en el glucagon. Los niveles de norepinefrina se triplicaron (sin cambios en la epinefrina). Sólo podemos especular que un incremento en el metabolismo pudo haber causado esa pérdida de peso.
Conclusiones
En conclusión, el OE II fue un estudio llamativo, único en la amplitud y profundidad de tópicos estudiados y métodos empleados. Encontramos que a alturas extremas el corazón funciona bien, pero los pulmones no (a pesar de que pueden mantener una hiperventilación masiva, hay una sustancial alteración de la relación ventilación-perfusión y limitación de la difusión durante el ejercicio). La compensación renal por la hipercapnia está lejos de ser completa, después de 40 días de hipoxia progresiva. La atrofia muscular aparece como responsable de la mayor parte de la pérdida de peso, pero la hipoxia no produce angiogénesis o adaptaciones metabólicas suficientes para sobrellevar la pérdida de oxígeno. La sangre muestra signos de alteración del metabolismo lipídico y de la función inmune. La funciones cognitivas están alteradas, pero al final del día los sujetos normales pueden aun ejercitarse a 100W (el equivalente a una marcha moderadamente lenta a nivel del mar), a pesar de una PO2 menor de 30 mmHg.
Agradecimientos: Este trabajo fue financiado por Los Institutos Nacionales de la Salud P01 HL091830.
El autor quiere agradecer a Dr. Madeleine Rose y Dr. Richard Meehan por la ayuda en la descripción de los hallazgos nutricionales e inmunológicos del OE II, respectivamente.
Agradecimiento especial
La Revista Americana de Medicina Respiratoria desea expresar su gratitud al Dr. Peter Wagner, quien desde hace tres años es miembro del comité editorial, por haber solicitado y conseguido que la revista High Altitude Medicine & Biology nos permitiera traducir y publicar el siguiente artículo de su autoría. También, por supuesto, queremos agradecerle su participación habitual en nuestra revista, que crece diariamente gracias a contribuciones como la suya.
Carlos M. Luna
Editor Jefe
Referencias
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